20 oct 2009

No importa si se cae, se vuelve a levantar

Esta frase no fue extraída de ningún libro de autoayuda, ni mucho menos de alguna corriente filosófica. Fuera de contexto aparenta ser una simple oración de masivo consuelo; pero, en aquel lugar donde se la pronuncia, las palabras contienen la esperanza de un alma rica y el optimismo de un bolsillo pobre. No se utiliza una terminología técnica, pero es el lenguaje del corazón el que seduce a cuantos se detienen ante aquella luz roja; y es el arte del “laburo callejero” el que pinta una escena que se repite una y otra vez cuando se enciende el foco colorado del semáforo que se erige en la intersección entre La Cañada y la calle San Luis. Allí, un grupo de malabaristas adornan el paisaje urbano y sus regulares destrezas convierten una senda peatonal en un escenario donde se posa la vida en todos sus matices.

Las manos ásperas de los artistas se cubren de guantes y trenzan, a través de ingeniosos movimientos, tres pelotas que logran un perfecto atractivo ante la vista de los transeúntes y conductores, quienes escuchan con sus oídos estresados el discurso sensacionalista pero alentador de un payaso sin disfraz que intenta robarles una sonrisa. Pero la gravedad muchas veces le juega una mala pasada a ese personaje y provoca el fracaso (que es, en realidad, la caída) de aquellas pelotas que antes de llegar al suelo vuelan por el aire, cual pájaros que escapan de sus jaulas en busca de la libertad. Y es ahí donde surge la frase mencionada anteriormente, que ante esta caída se proclama como un slogan de la buena vida: “No importa si se cae, se vuelve a levantar”.
Podríamos analizar la sintaxis de esta pequeña oración, pero sería inútil porque cuando se habla positivamente desde la pobreza en nuestra sociedad no hay regla gramatical que pueda ayudarnos a entender el contenido de un mensaje que encierra un pedido de ayuda que no todos decodificamos con los mismos códigos, que no todos queremos entender y que muchas veces evitamos oír.
Este individuo, que todos los días trabaja haciendo malabares de sol a sol, es una doble muestra clara de lo que nuestro país necesita para salir adelante. En primer lugar, es ese impulso para ascender de la caída económica al que algún poderoso sistema nos ha conducido. Y nuestra segunda necesidad es la de lograr dibujar en nosotros esa sonrisa que nos motive a tolerar a todos los desocupados argentinos que ocupan su tiempo en el digno arte de hacer reír a la “gente ocupada”, a cambio de las monedas de cambio que siempre guardamos en algún rincón de la billetera o en algún recoveco de nuestra indumentaria.
El “chabón” que pronuncia la frase que titula este artículo cuando se le caen las pelotas, el que quiere hacer reír a la gente, el que convierte el caliente asfalto en una calurosa tarima, el que pide monedas por sus servicios cirqueros, es, en realidad, la misma persona: ese argentino pobre, víctima de la realidad social, que no cesa de apostar positivamente y con firmeza al cambio; y es también el que sabe que todo lo que cae, se vuelve a levantar.

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1 Comentarios:

Blogger Federico Franco dijo...

Bello escrito

3 de noviembre de 2009, 11:19 p. m.  

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