10 nov 2009

En Eugenio


En cada parte de su cuerpo elevado hay un cuento.
En su porte vidrioso habita la benignidad de un ángel frágil pero fuerte.
En su calvicie seráfica brilla el sol radiante de 73 primaveras.
En su frente destemplada se esconden balas desarmadas que con los años se vuelven flores.
En sus orejas prodigadas se funda el arte de escuchar desahogos y alivios.
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20 oct 2009

¡Un aplauso por el manicomio que deja locos libres!


Este dibujo lo hizo el Colo (Gonzalo Bengochea, un amigo de la Parroquia, que yo siempre digo que es muy parecido a Tomasito, un amigo de la vida, invisible, imaginario) a mediados del año 2006.
Y ¡Un aplauso por el manicomio que deja locos libres! es la frase que más me gustó del ensayo que mi amigo, el Colo, escribió sobre mi locura una vez.
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El ángel miedoso

-Este cuentito lo escribí a los 14 años y hace poco lo encontré y me dieron ganas de publicarlo-

Mi historia comienza con el maravilloso descuido de mis padres en su primera noche de intimidad y amor, y se solventa entre cuatro paredes, cuando un señor de indumentaria monocromática anuncia lo sospechado. Me invita a venir, pero no pasa mucho tiempo para que ofrezca sus otros servicios: los que terminarían conmigo, los que dificultarían mi historia. Por suerte mis padres se resisten, se irritan y ese señor termina contando sus días detrás de decenas de barrotes.Siga leyendo...

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No importa si se cae, se vuelve a levantar

Esta frase no fue extraída de ningún libro de autoayuda, ni mucho menos de alguna corriente filosófica. Fuera de contexto aparenta ser una simple oración de masivo consuelo; pero, en aquel lugar donde se la pronuncia, las palabras contienen la esperanza de un alma rica y el optimismo de un bolsillo pobre. No se utiliza una terminología técnica, pero es el lenguaje del corazón el que seduce a cuantos se detienen ante aquella luz roja; y es el arte del “laburo callejero” el que pinta una escena que se repite una y otra vez cuando se enciende el foco colorado del semáforo que se erige en la intersección entre La Cañada y la calle San Luis. Allí, un grupo de malabaristas adornan el paisaje urbano y sus regulares destrezas convierten una senda peatonal en un escenario donde se posa la vida en todos sus matices.
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Un ensayo que escribí el último año del cole

-El siguiente es un ensayo que escribí para unas olimpíadas de letras hace 5 años aproximadamente-

Siglo XXI: ¿todavía un cambalache?

“¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón! (...)
(...) Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón...”

Cambalache, Enrique Santos Discépolo,
Bs. As. CEAL, 1981



Es cierto que algunas comparaciones son odiosas, pero más odioso es pensar que en el presente siglo sigan repitiéndose todos los hechos mencionados en aquellos insignes versos donde Santos Discépolo expresó su visión respecto de la sociedad del siglo pasado, y vaticinó que el problema ético que se presenta en las estrofas de esta reconocida canción se prolongaría hasta el siglo XXI, cuando decía “que el mundo fue y será una porquería ya lo sé... (¡En el quinientos seis y en el dos mil también!)”.
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